Esto, dicho
así, tal vez pueda sonar “un poco fuerte”, pero joer… es que ya le valía.
Y no era
personal, ojo, que si lo piensas bien también él le había quitado entre 2 y 4
novias (era muy malo para los números y siempre se liaba) y se había estrellado contra el coche
nuevo del psicópata vecino del cuarto… dejando una nota acusando al artesano
capilar.
Pero tantos
años de sufrimiento debían tener una recompensa. Tantos años en los que la
cansina conversación de cada visita no servía para nada.
“Corta poco
joputa que te conozco”.
“Vale quejica, que nunca estás contento con
nada”.
“Recuerda que te he dicho dos dedos, pero en horizontal. No me hagas enfadar”.
“Joer con el señorito, ¿alguna vez no te he
hecho caso?”.
Conversación
tras la que, al ponerse de nuevo las gafas, solo veía un pelo cortado al cero…
al uno en el mejor de los casos, mientras sentía una patada en el estómago
presintiendo el cachondeo del que iba a ser objeto en la oficina al día
siguiente y los tres meses a palo seco a los que iba a castigarle la parienta
por tener pinta de tarado punkarra.
Pero bueno,
lo importante es que ese día su venganza iba a tomar forma física y no solamente mental como había venido pasando durante los últimos 30 años.
Ese iba a ser su día especial.
Ese iba a ser su día especial.
Y como en
esta vida da igual desesperarse que no, siempre pensaba que algún día saltaría
la liebre.
“Algún día
saltará la liebre y veré a ese maldito pelukas morder el polvo”…
Y, de
repente, el 29 de febrero (el destino no quiso hacerle esperar hasta marzo)
ocurrió…
(Continuará...)
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